
Los repartidores de Donuts en su largo encierro.
En fechas recientes murió Fernando Roig, para muchos de nosotros era, es, y será “Fernando, el de Donuts”. Es, sin duda, el mejor dirigente sindical que nosotros hayamos visto nunca, habrá muchos otros como él que no conocemos, ojalá hubiera muchos más; sin desmerecer a nadie es un ejemplo al que queremos homenajear y reivindicar para conocimiento de la clase obrera en general y de la de Aragón en particular.
Si nos preguntan a nosotros en nuestra vida política de que nos sentimos más orgullosos, no lo dudaremos, estamos muy orgullosos de haber apoyado y colaborado con la huelga de los trabajadores repartidores de Panrico. No creemos que pueda ser comparable con el orgullo que deben sentir los que aguantaron 147 días de huelga, y de los dirigentes de esa incomparable movilización.
Toda lucha sindical depende de múltiples factores que determinan su desarrollo, el factor fundamental es el grado de combatividad de una plantilla, es decir los esfuerzos y sacrificios que un colectivo de trabajadores está dispuesto a realizar para conquistar parte o el total de sus objetivos. Siendo, este, el más importante, de poco sirve si no surge un grupo de dirigentes y/o representantes que sea capaz de dar cauce a los intereses y predisposición para la lucha del conjunto de trabajadores representado.
Fernando no había sido el prototipo de obrero con conciencia de clase, la mayor parte de su vida laboral fue la de un trabajador autónomo, que luchaba por mantener su autoempleo y a su familia con múltiples sacrificios. No tenemos constancia de un pasado político o sindical, su vida como la de tantos otros de nuestra clase se centraba en los problemas cotidianos.
Pero un día fue llamado a una lucha sindical, también la mejor que hemos vivido, digna de la plantilla más combativa, honesta, y decidida que haya saltado a la lucha en las dos últimas décadas en Aragón. Dudamos si algún día llegaremos a ver algo similar a lo que tuvimos el honor de observar, y como hicimos en 1999, modestamente, colaborar con un torrente inacabable de dignidad en la lucha de los Trabajadores Autónomos de Donuts.
Sabemos que la justicia y opresión cotidiana fue lo que les movió a luchar, es obvio, que si por eso fuera, todos los días estaríamos luchando. No tenemos claro el desencadenante final, o “la gota que colmó el vaso”, lo que si sabemos es que el día que iniciaron la lucha nadie podía imaginar que llegaran tan lejos en una guerra contra todo (empresa, policía, esquiroles, otras direcciones sindicales, etc) que estaba condenada a la derrota, excepto por una cuestión, los trabajadores no volverían al tajo sin vencer.
Nosotros veíamos pequeñas noticias en los periódicos que hablaban de una huelga de unos trabajadores autónomos que llevaban varios días de huelga, 10, 20, 45, etc. Finalmente el Área de Juventud de Izquierda Unida de Aragón decidió solidarizarse con ellos y visitarlos para conocer los motivos de su lucha. Fuimos al piquete el día 57 de huelga, nos presentamos tímidos y avergonzados por no haberles prestado atención hasta ese día, temiendo que nos mandaran a paseo preguntamos por algún miembro del comité. No recordamos cómo, pero de repente nos dijeron que habláramos y les contáramos lo que considerásemos oportuno. Ante unos 20 trabajadores con una hoguera en el medio nos disculpamos, los saludamos y les explicamos que estábamos dispuestos a colaborar con ellos.
Nosotros que tratábamos de analizar a la clase obrera, que confiábamos entonces, y lo seguimos haciendo, en que es esta clase la llamada a encabezar la transformación de la sociedad, nos vimos de repente escuchando a “autónomos” hablando de “trabajadores autónomos”, contándonos como es la represión policial –dos trabajadores Fernando y Manolo sufrieron infartos mientras se enfrentaban con la policía-, el papel de la burocracia sindical -encarnada en una dirigente de CCOO de cuyo nombre no queremos acordarnos-, como incluso algún obrero de producción les reprochaba la huelga, de cocteles molotov, de asambleas, etc. Tantos años de teorías para ver que en 57 días de lucha el colectivo de trabajadores autónomos de Donuts había aprendido en la práctica la esencia de la sociedad y cómo combatirla.
Sería injusto no reconocer que la únicas colaboraciones que tuvieron en esos 57 días fueron las de CGT como sindicato, y de muchos de sus militantes. A pesar de sus modestas fuerzas fueron los únicos que apoyaron a los trabajadores de Donuts-Panrico.
No recordamos a Fernando en esa mañana, fue el que vino por la tarde a una reunión que tuvimos en los locales de Izquierda Unida, ahí nos contó que aunque le había dado un infarto el médico le había recomendado fumar, para evitar la ansiedad –según él, para su corazón era más peligroso los nervios por no fumar que encender un pitillo tras otro-. Nos explicó sus enfrentamientos con la policía, las detenciones y acusaciones, -nos pareció estar hablando con un marciano- y sobre todas las cosas nos dijo que la huelga la iban a ganar, costara lo que costara.
Era un hombre tranquilo, de los que no quieren destacar, sin grandes teorías, ni aspavientos, nos dejo impresionados. Le preguntamos que cómo estaban haciendo para aguantar la huelga, sin ingresos y teniendo que atender al pago del seguro de autónomos y en muchos casos de los vehículos. Ni se inmutó, nos explico que simplemente aguantaban buscando recursos en familiares, amigos, etc. Además, como el que no quiere la cosa, nos explicó que en su caso su compañera y él estaban en la misma situación, eran compañeros de trabajo.
Esa tarde empezamos a comprender la magnitud de la lucha, con un dirigente sindical que encabezaba las aspiraciones del conjunto de una plantilla que estaba dispuesta a todo lo necesario para ganar. Que diferencia con algunos dirigentes de medio pelo, Fernando no tenía intención de dirigir nada, pero junto al resto de los compañeros del Comité –no los nombramos por no dejarnos a alguno- se alzó por encima de la situación para enfrentarse a todos los elementos que tenían en su contra.
Recordamos que le dimos un poco de dinero para una caja de resistencia que no tenían, nuestra aportación más importante es la de explicarles que tenían que contar su ejemplo al resto de la clase obrera, nuestra admiración por el colectivo implicó nuestro apoyo para comunicar con el resto de la sociedad y sobre todo con la clase obrera. Él captaba las ideas al vuelo, caja de resistencia, rueda de prensa, boicot activo en los lugares de venta, pedir apoyo a partidos y sindicatos, presión a los clientes, campaña para no comprar donuts, etc, son del manual de primero de revolucionario, lo difícil no es saber lo que hay que hacer, lo complicado es hacerlo, y lo hicieron.
A partir de ese momento empezamos a convivir con el colectivo y con Fernando, asambleas emocionantes, duras, complejas, difíciles. Los compañeros lo estaban pasando mal y siempre en el peor de los momentos emergía Fernando, como el que no quiere la cosa, con firmeza, determinación, autoridad y ejemplo, sin un grito, sin una mala contestación, ya hemos dicho era el dirigente tranquilo. Era un placer verlo en acción, se alzaba como un gigante en el momento en el que más se necesitaba, es imposible describir lo que vivimos y aprendimos, su constancia, su sonrisa en la peor de las situaciones, sabía como nadie cuando hablar en privado con algún compañero que hacía o decía algo indebido, cuando empujar, como animar. Era el digno dirigente de la mejor lucha que hemos vivido en Aragón, fue producto de su lucha, y a la vez tomó las riendas de su propia lucha, hubo un momento en que se situó por encima de cualquier teoría para decantar la victoria a favor de su colectivo, no se puede entender su papel sin la combatividad de la plantilla, ni a la plantilla sin la dirección de Fernando.
El encierro en la parroquia de San Agustín dió para mucho, con partidas de guiñote eternas, debates, etc. Hacían sus asambleas, había comida, mucho calor humano, fue un lugar de encuentro para coordinar la lucha, de ahí salían los piquetes informativos, se organizaba la caja de resistencia y se iniciaban las acciones de extensión de lucha. También era el lugar para ahogar las penas, para la solidaridad, para mantener al ánimo.
Hubo anécdotas irrepetibles, recordamos cuando un compañero empezaba a flaquear y pidió que una reivindicación que fundamentalmente le afectaba a él no fuera motivo para no llegar a un acuerdo con la empresa, y recordamos a Fernando diciendo que para él de momento era irrenunciable, aunque le agradeció saberlo por si cuando firmaran el acuerdo había que renunciar a lo planteado por el compañero, eso sería lo primero en lo que se cedería. Lo dejó planchado, y desde luego cualquiera que quisiera eliminar cuestiones de la plataforma reivindicativa que le afectaban en concreto se lo pensara dos veces. Eso no se aprende, es instinto de clase.
Fuimos a Madrid a una jornada de la HOAC, que sin duda fue una de las organizaciones que supo estar a la altura del conflicto, y como su jefe llamo al consiliario de la HOAC a quejarse del apoyo de una organización católica a una huelga como esa, en un momento de la conversación el jefe de Donuts en Zaragoza le dijo consiliario – Quiero hablar con su jefe- a lo que este respondió – Mi jefe es Dios-. Como nos reímos, hubo cientos de momentos inolvidables como no puede ser de otra manera en una lucha épica como la que hicieron los trabajadores autónomos de Donuts.
En dos ocasiones por lo menos, la empresa mandó la carta de despido a la plantilla, era un elemento de presión que provocó hilaridad en la plantilla, sobre todo la segunda ocasión, como decía Fernando – nos da igual que nos despidan, los que no queremos volver somos nosotros, o es con nuestras condiciones o no volvemos.
Siendo sinceros, en todo momento, creímos honestamente que había que volver al trabajo, arrancar algo que permitiera a la plantilla volver dignamente. Además creo que no éramos los únicos, cuando llevas 100 días de huelga lo normal es pensar en cómo regresar. Cuanto más larga era la lucha mayor era la determinación. Lo debatíamos a solas con él y el comité, sin tapujos, por ejemplo cuando en otras zonas la huelga empezó a caerse (Euskadi), eso abría el camino a la derrota. Una vez más Fernando convenció a la plantilla para continuar, nunca pensé que la plantilla pudiera superar ese golpe. Hubo momentos en que algún compañero significativo se derrumbaba, y Fernando lo reconducía aplicando el mejor método con cada uno de ellos, son innumerables los momentos en que evitó un golpe moral a la plantilla
Como en muchos otros casos la empresa le mandó mensajes indirectos para que renunciara a la lucha mejorando su situación personal, obviamente la empresa no sabía con quién estaba peleando.
Llegó la negociación final, Fernando no sabemos por qué estaba convencido de que la empresa quería terminar el conflicto el 31 de diciembre de 1999, los días previos la empresa empezó a ceder, Fernando se mostró impasible, o todo o no volvían al trabajo. Llegó a desesperarnos por la impaciencia lógica de una victoria que se acercaba, pero quien si acabó desesperada fue la empresa, acabo asumiendo que no iban a ceder ni un ápice, que si habían resistido tantos días de huelga, resistirían todos los necesarios.
Y ganaron de forma absoluta, derrotaron a la empresa, recuperaron con lo firmado en poco más de un año todo lo que habían perdido durante la huelga. No es un cuento de hadas, es una historia de sacrificio, coherencia, decisión y orgullo, y es tan real como que difícilmente veremos una victoria como la que vivimos, aún sin ser parte de la mejor plantilla que se puede ver en un lucha, así como con los mejores dirigentes de cualquier comité que hayamos podido ver.
Sirva la muerte de Fernando, y este homenaje para recordar a otros compañeros de Donuts que fallecieron –no los nombramos por no olvidar a ninguno-. Y sirva finalmente para que sus compañeros sean conscientes de la grandeza que alcanzaron en su lucha, para que su mujer y sus hijos puedan valorar más, si cabe, a una figura tan singular como irrepetible y extraordinaria.
Fernando, que la tierra te sea leve, las conquistas que conseguisteis y tú recuerdo continúan con nosotros.
Nacho Martínez y Pablo Hijar